6 mar 2012

2012, MONACHIL, SIERRA NEVADA


          Monachil es un pequeño pueblo que descansa a los pies de la Sierra Nevada de Granada, sus calles angostas sin aceras recorren irregularmente sus pequeñas casitas que no conocen de pinturas ni acabados y la iglesia del pueblo comparte medianera con el piso donde nos alojamos con nuestras compañeras de viaje, Ilse e Isa, dos “maracuchas” bien “panas”, es decir, dos buenas amigas oriundas de Maracaibo, ellas cuidaron de Zoe mientras los papis volvían al lugar donde afianzaron su enamoramiento, en lo alto de la Sierra surfeando la nieve. En una estación de sky todos parecemos extras salidos del famoso sketch “Ministerio de los andares tontos” a mi gusto lo mejor que han hecho los “Monty Python”. Aquí cada uno improvisa su mejor manera de lidiar con estas botas que te impiden flexionar los tobillos, a la vez que se debe esquivar los permanentes ataques de la muchedumbre discapacitada, que va  armada con tablas y bastones que cuelgan detrás de sus cabezas. Nos despedimos de las chicas que se fueron con Zoe a la zona familiar donde disfrutaron de una tarde a puro “culipatín”, hicieron muñecos de nieve y durmieron una merecida siesta bajo un solcito cariñoso de montaña, culpable del “estilo mapache” que abunda por estas zonas. La tarde se va volando cuando te la pasas subiendo, bajando y tragando nieve, mi repertorio de caídas es variado pero indescriptible por lo que me ahorro la auto humillación, pero si puedo decir que la adrenalina de la velocidad inmediata, el sonido de la tabla surcando la nieve, la sensación de despegue en mis saltos de principiante y la satisfacción de los giros y maniobras bien realizados, son tan adictivas como desgastantes y al cabo de cinco horas de darlo todo y caer de mil maneras, el cuerpo pide su merecido descanso.



 





  


          Según sus propios carteles, es una “ruta pintoresca” la que zigzaguea la sierra hasta Monachil y se desarrolla con una estupenda vista a “Los Cahorros”, una excursión sencilla y no por eso menos bella. Abandonamos la casa al compas del campanario de la iglesia que marca las 11am y dejamos el coche en un camino de tierra que nos llevaría hasta el puente colgante, el único acceso al cañón por el cual solo deben transitar cuatro adultos a la vez. Esto es un grave problema logístico para esta concurrida excursión de nivel familiar, que encuentra inevitable los embotellamientos a ambos lados del puente. Los andaluces son conocidos por su buen humor y su cachondeo innato, esto se vio reflejado de inmediato durante la espera que supo sumarle alegría a la tarde junto a una numerosísima familia sevillana. La primera media hora transcurre por una gruta angosta a modo de túnel natural formado por desprendimientos rocosos, por aquí corre un pequeño riachuelo que más adelante se ve envuelto en un paisaje abierto y desnivelado, con balcones naturales y espacios llanos ideales para el picnic correspondiente, delimitados por riscos que forman parte de una zona de alpinismo y formaciones calcáreas de diferentes características. Durante todo el camino nos fuimos cruzando con cachorros de manera cada vez más constante, el broche de oro lo puso una “asociación de perros de no se que” que esperaba su turno para entrar al otro lado del puente, eran más de 15 sabuesos con sus dueños y fue confuso ver tanto cuadrúpedo en una excursión como esta, hasta que nos dimos cuenta que estábamos en “Los Cahorros” ¿no será que se comieron la C?  La comida de despedida la tomamos bajo un sol “cachúo” en una terraza que hace de balcón al cañón y sus alrededores, las “Alhambra 1925” calzaron como un guante para emprender la retirada a media tarde y el viaje de vuelta fue un descanso auspiciado por la siesta interminable de Zoe que se despertó a solo media hora de casa.  







 








2 mar 2012

2012, ESCOCIA.


Llegar hasta la cabaña en la que pasaríamos los primeros días del año 2012 fue un viaje privado de vistas y paisajes, desde el avión por las espesas nubes que cubren esta ondulada tierra volcánica, desde el aeropuerto por la espesa niebla que siempre recorre sus llanuras, desde el bus por la profunda noche que cae antes de que sean las cinco y desde el coche por la inexistente iluminación de la única carretera de un carril y doble sentido que nos llevaría por fin a nuestro primer destino, 140km al oeste de Edimburg. Aquí la visibilidad se redujo a uno o dos metros máximo rematando la sensación de completa incertidumbre y desorientación que a fuerza de preguntas pudimos mitigar. Estábamos a 20mts del mar aunque el viento constante no nos dejaba  escucharlo, la orilla salvaje de piedras ofrece mejillones, ostras y algas, además de una vista difusa de la orilla de enfrente y su desembocadura a mar abierto. Estamos al pie de una colina de verdes húmedos y diversos rojos tierra, el camino de sus pastizales son el rastro de los ciervos que bajan hasta la orilla a comerse las algas ignorando las delicias que yacen a su alrededor, para ello cruzan “nuestro jardín trasero” que, espolvoreado de montículos de tierra que tapan la entrada a sus laberínticas madrigueras, es el hogar de unos cuantos topos. La cabaña de madera está rodeada por hierba muerta acumulada y algunos árboles desnudos en los que colgamos comederos de pájaros para que nos visiten pequeñuelos de pecho amarillo y cabeza cebreada.

Cabaña y colina de los ciervos
Orilla donde recolectamos mejillones
Desde la cabaña 
Paseo por el patio de los topos

El teléfono del pueblo que no es pueblo
            La cena de bienvenida en compañía de unos amigos franceses, una pareja de polacos y una chilena no tardó en ser divertida por la riqueza multilingüe y la lógica diversidad cultural, aunque no tardamos en definir al inglés como idioma oficial para comunicarnos. Comimos filetes de buey, tomamos cerveza local y brindamos con chupitos de un vodka polaco digestivo según el invitante. La mañana siguiente dos parejas locales extremadamente hospitalarios nos invitan a su casa-granja y nos brindan el primer desayuno tipo comida y casi cena, a base de una gran variedad de quesos, embutidos, huevos, salchichas, pescados y más, casi todo elaborado por ellos o por algún vecino de este pueblo que no es pueblo, en realidad todo lo que hay sobre estas tierras son propiedad de un “Lord”. La piscifactoría, los establos de enormes vacas “Highland” con sus grelos colgantes, flequillos y pendientes, los montes con sus cabras y ovejas, las granjas y hasta las casas, todo hasta llegar al pueblo más cercano, Lochgilphead, aquí se encuentra el único supermercado de los alrededores, y nos cuentan que suelen quedarse sin existencias de todo menos de whisky y cervezas, productos que de faltar podrían generar un levantamiento popular.  Entrada la noche festejamos el fin de año con el resto del pueblo al lado del establo de vacas “Highland”, a las que observamos con el mismo asombro que los oriundos a nosotros mientras bailábamos sus danzas típicas entre ellos. Aquí cada canción es como un juego interminable en el que todos los que están en la pista se mezclan en frenéticos saltitos, enganches, desenganches y cambios de pareja. Cuando un abuelete entrado en copas se engancha a una pequeña niña de lazos y la despide a toda velocidad hacia su próxima pareja, posiblemente alguna veterana entusiasmada, se hace evidente la complicidad que aquí existe entre todas las edades y los géneros, donde todos juntos la pasan en grande con sus fascinantes costumbres. Llegó el solo de gaita, lindo sí, pero interminable como sus agotadores bailes, la cuenta regresiva, los besos para todo el pueblo y los fuegos artificiales, en realidad un par de cañitas locas, pero todo un espectáculo en este cachito de tierra. La mañana siguiente nos invita a salir de paseo por la colina, la costa donde alguna foca posa en la piedra más incómoda y su playita donde recolectamos mejillones para la comida. Como para entonces el viento helado e incansable nos estaba rajando la piel, fuimos en coche hasta el otro lado de la bahía donde entramos a una cueva de ofrendas cristianas y alguna que otra “macumba”. Al salir el sol nos preparó una hermosa vista al mar abierto normalmente oculto tras la niebla marina. El resto del día, aunque fuese de noche ya desde temprano, lo pasamos en la cabaña jugando, comiendo y viendo pelis, normal que con este clima el cable gratuito sea de 900 canales.

El pastor y su familia nos reciben de lujo
Vacas Highland

Agua tibia
Llevando los mejillones a casa
Entrada a la cueva

Macumba
Costa volcánica
Abandonamos la cabaña bien temprano bajo una nevada que horas más tarde nos hubiera bloqueado la salida hacia Glasgow, la formación de hielo en estas pequeñas carreteras que limitan con la caída a las orillas de lagos y montañas nevadas es cotidiana y sin cadenas disponibles un suicidio. Dejamos a Caroline en el aeropuerto y seguimos hacia Edimburgo, check-in de hotel y comida de despedida a Phillipe con vistas al corazón de la ciudad, donde en estas fechas pos-navideñas aún brillan los adornos y las atracciones de una feria entre esculturas y monumentos como catedrales delgaduchas repletas de detalles. Aquí el tránsito se regula por la izquierda y es fácil caer en la confusión de dónde mirar para cruzar, en muchas esquinas hay que pulsar un botón para que se active el verde al peatón, cuyos semáforos son enormes por lo que las personitas rojas y verdes en su interior dan un poco de impresión. En ocasiones todo el mundo, coches y peatones se quedan inmóviles en un cruce en el que, solo las fuertes ráfagas de viento dan fe de que no se ha detenido el tiempo. Este fuerte viento normal se convirtió técnicamente en “huracán” a la mañana siguiente superando los 90miles por hora, derribando semáforos y volcando bancos. Esto no intimida a los locales que van “tan panchos” con camperas desabrochadas, pantalones cortos o en camisa sin más. Decidimos muy acertadamente pasar la mañana y parte de la tarde en el “Museo Nacional de Escocia”. El camino fue una lucha, entre los dos teníamos el carrito que quería despegar, pasando cruces eternos y de frente a corrientes directas de vientos alocados, mirando a ambos lados constantemente y alejándonos de los tambaleantes buses de dos pisos por si las dudas. A todo esto y como cada vez que tocaba caminata frente al clima, Zoé hiberno plácidamente hasta que encontramos un museo ejemplar, por su arquitectura con sus altas plantas cuyos ascensores van del 1 al 3 al 5 y su galería central balconada perfectamente insonorizada, por el orden y contenido de sus secciones y por las actividades didácticas e interactivas para grandes y chicos como su teatro medieval totalmente automatizado a partir de palancas y engranajes como si de un reloj se tratase. 

Vista desde el hotel
Paseo por princes street

St Giles
Semáforos caídos
Calefactores en cada columna
Teatro medieval automatizado
Edimburgo es historia y actualidad en armónica simbiosis, sus siempre ondulantes calles de piedra, sus balcones naturales con vistas cautivantes, salpicadas de catedrales, palacios, castillos y monumentos donde el verdín añejo es parte de la piedra, mimetizados con museos y galerías de arquitectura clásica de plantas altas y espacios diáfanos, de grandes ventanales decorados y puertas macizas y pesadas que ni en los centros comerciales son automatizadas. A su vez coexisten con otra arquitectura híper-moderna de formas irregulares y curvas extravagantes, siempre adornada con espacios verdes y paseos aireados que impiden la típica sensación de agobio en capitales importantes. Las parcelas para tiendas y locales son enormes como norma y generalmente no disponen del sistema de tuberías que mezcla agua fría y caliente para un resultado tibio, por eso es común encontrarse dieciséis canillas seguidas en el baño de un restaurante, el truco de combinar el agua caliente y fría en las manos requiere de cierta práctica. Es ineludible la exploración de la mítica “Royal Mile” que como su nombre lo indica, es la calle por la cual transitaba la realeza, y aún lo hace en sus visitas, desde su palacio a su castillo en ambos extremos de la misma. Esta calle de piedra es la única entrada al balcón principal de la ciudad, el imponente castillo de Edimburgo desde el cual se tienen 360º de horizonte a disposición. Desde sus puertas comienza el descenso por esta calle plagada de siniestras historias de asesinos seriales y extrañas apariciones que forman parte de su cultura popular, como lo son las centenarias whiskerías que comparten vereda con vulgares tiendas de suvenires. Una visita obligada es la “St Giles Cathedral” que en su interior alberga un impresionante órgano antiguo que supera los 10mts de altura y una exquisita capilla aislada, donde los “lords” y compañía solían reunirse y reírse de sus pecados. Continuando la pendiente y pasando una zona de bares típicos a los que no se puede entrar con niños, como pasa en el resto de la ciudad, se encuentra un museo de cera que pone de manifiesto las terribles condiciones de vida en la antigüedad escocesa, los encarcelamientos y la esclavitud del pueblo ante la indiferencia de la realeza, que construyó el exageradísimo “Palace of Holyrood” como broche de oro de esta “calle real” al pie de las soberbias “Salisbury Crags”, una formación montañosa tan bonita como sorprendente por su ubicación “capitalina”, la cual es rodeada por un paseo llamado “The Queen´s Drive”, lógicamente diseñado para el placer de la realeza Británica en sus visitas a Edimburgo. Un “bagpiper” con “Kilt” (la pollera escocesa) y uniforme tradicional, toca en el jardín colindante sin reparo alguno enfrentando un viento despiadado que hace viajar su música a lo lejos, llegamos a un lago encantador, con más de cien cisnes y sus crías, con patos, garzas y algunos pájaros negro azabache desde las patas al pico. Mientras jugueteo con los cisnes curiosos, un hombre arroja comida en la orilla y el frenesí se apodera de la muchedumbre, se forma ahí mismo una terrible revuelta de aves mientras la gaita ambienta el momento irrepetible. El frío nos obliga a buscar refugio y nos metemos en “Our Dynamic Earth”, una atracción en la que estuvimos horas aprendiendo de manera interactiva sobre la composición del planeta, los volcanes, los glaciares y la vida misma, además de entrar en un simulador de 4D y terminar viendo un excelente documental de astronautas en el “Domo”, una descomunal pantalla esférica que cubre toda la sala, nos dejó encantados, además de un principio de tortícolis. Un par de intentos fallidos para tomar unas cañas en alguna whiskería bastaron para que optemos por lo fácil, al bar del hotel a tomar cerveza negra tirada, unas buenas risas y a descansar.






Por fin llegó el momento de entrar en estos taxis tan peculiares, altos y espaciosos, como todo lo demás por acá. Zoe dormía plácidamente en el carrito y para nuestra alegría, entró y salió de la misma manera, y aún sobraba espacio para otra pareja con otro carrito sin plegar y sus maletas. Ya en el bus hacia Glasgow empezamos a escuchar una vos de locutor, grave y profunda recitando en un inglés de acento musulmán, y fue gracioso hasta que le espiamos, era efectivamente un musulmán barbudo y cuarentón, se movía bastante alterado y no paraba de recitar en vos alta de manera sospechosa, era imposible no analizar la posibilidad terrorista, hasta que me di cuenta de que el tipo recitaba los carteles de publicidad de la forma más macabra que uno pueda imaginar. El único día en Glasgow lo paseamos sin poder salir de calles céntricas repletas de grandes tiendas, centros comerciales, restaurantes y hoteles que tienen conquistada gran parte de la ciudad. Aquí también intentamos tomar cañas y nos rechazaron de la misma manera hasta que una recomendación nos llevo hasta un característico restaurante “Butterfly and Pig”, donde nos atendió el camarero con mas estilo del planeta tierra, un italiano gay con porte elegante, con un andar danzarín y hablar pausado, relajado y atento disfrutaba de cada instante de la relación con el cliente. Siguiendo su consejo probé un plato típico escocés llamado “Huggies” que consiste en picar, mezclar y sazonar todos los órganos de la oveja y servirlos con puré de zanahoria, excelente elección. Glasgow es moderna, también muy espaciosa en su urbanismo y sus locales pero sin el encanto histórico y las vistas impregnadas de espacios verdes. En vez de eso tiene un río pálido plagado de puentes poco vistosos y demasiadas calles céntricas abarrotadas de tiendas, parece una ciudad destinada al consumo permanente de cosas y no de experiencias como lo fue Edimburgo, una capital imperdible para el viajero que disfrute de la historia, la cultura y la naturaleza, de los grandes centros comerciales y las atracciones didácticas, pero sobre todo para aquel que no le tenga rechazo al viento y al frío que serán una constante ineludible en su paso por el Reino Unido por los cielos grises.









Aquí algunas fotos espectaculares de los lugares descritos pero con sol, un fenómeno que solo ocurre entre 10 y 15 días al año.

Vaca Highland
La laguna donde jugamos con cisnes mientras sonaba la gaita
St. Giles
Royal mile
Castillo de Edimburgo
Our Dynamic Earth a los pies de Salisbury Crags
Salisbury Crags
Palace of Holyrood
Edimburgo desde Calton Hill (Frente al hotel)